Casco Viejo, 1991-2018

Cuando vine al mundo, mis padres vivían en la modesta habitación de una pensión ubicada frente a la Plaza Herrera, en San Felipe.

Esto llegará como una una sorpresa para los que creen que nací en el Waldorf Astoria en New York, o en el Club Unión. Aclaro que fue en la Avenida B, en la "Pensión Panamericana", inmueble que hace mucho tiempo desapareció, víctima probable de alguno de los incendios comunes al área. Puedo afirmar, con propiedad, que soy oriundo de ese barrio. De allí nos mudamos a la Calle 13 Oeste, en toda la esquina con Avenida B, el parque de Santa Ana y el Teatro Variedades al Norte y el Templo Masónico y el Mar Pacifico, al Sur.

A principio de los 90's, el excelente amigo y extraordinario pintor nacional, Brooke Alfaro, me indico su intención de comprar una propiedad en San Felipe, y me preguntó si me interesaba participar en el proyecto. Yo, que siento hacia compras hechas en grupo el mismo entusiasmo que me inspira la visita a un proctólogo, le respondí que si el arreglaba el edificio, yo le compraría un apartamento. Brooke adquirió el inmueble, se preocupo en ayudar con sus propios fondos a los ocupantes, facilitando su ordenada mudanza y la futura ocupación de otra vivienda y transformó al dilapidado e inhóspito caserón en un edificio renovado, dividido en tres apartamentos.

Hoy, la gente identifica al edificio entero como "la casa de Rubén Blades", pero en realidad no es completamente mía. Solo tengo un apartamento en ella. No se si vale la pena aclararlo a los turistas, o a los locales. Pero reporto el hecho.

En 1992, San Felipe era la tierra de nadie. La criminalidad hacia su transitar peligroso a cualquiera hora, en cualquier fecha. No resultaba extraño el escuchar disparos en la noche. Incluso recuerdo un doble asesinato, a media cuadra de mi vivienda, cometido a las 12:30 del día, frente a una de las tiendas del barrio, creo que propiedad de un señor de Los Santos. Tal era el recelo que inspiraba el área que no se veía un taxi por ninguna parte. Solo el que necesitaba ir al sector iba y si llegaba a pie, luego tenía que caminar hasta la esquina después del DENI, o bajar a la Calle 12, para alcanzar un bus de Rio Abajo. Fotos de aquella época desde mi balcón reflejan un desierto urbano. Los policías por aquel entonces no manejaban taxis como "camarón" y los estacionamientos frente a Gobierno y Justicia, hoy en peor estado que entonces, estaban casi vacíos. A pocos se les ocurría visitar por diversión San Felipe, salvo algún turista aventurero, o en las raras ocasiones de alguna presentación en el Teatro Nacional. Era un barrio atractivo por su historia y arquitectura pero duro, y nuestros amigos nos decían repetidamente que estábamos locos, Brooke y yo, por escoger el vivir allí.

Hoy, San Felipe se ha vuelto intransitable. En dos ocasiones recientes, personas que me venían a visitar han tenido que renunciar a hacerlo, ya dentro del perímetro de mi hogar, porque no encontraban un lugar para estacionar el auto. Ni residentes ni visitantes, podemos caminar porque parece que las aceras, con menos de tres pies de ancho, se hicieron para personas de cuatro pies de altura.

Los carros se amontonan sobre ellas, o sobre humilladas líneas amarillas, encima de supuestos pasos peatonales, o de letreros que dicen "prohibido estacionarse". Muchas veces he llegado tarde a una cita porque algún anónimo imbécil encontró mas cómodo el parquearse frente a la entrada de mi edificio, bloqueando el acceso y egreso de autos, o personas.

Recientemente, el Alcalde Blandón repitió una idea que propusimos cuando estuvimos al frente de la Autoridad de Turismo: la salida del Casco Antiguo de todas las dependencias gubernamentales que hoy contribuyen al desplome de su viabilidad urbana.

Como siempre, surgen voces que oponen tal sensata sugerencia, cosa que me resulta incomprensible.

En apoyo al Alcalde, reitero que es una excelente sugerencia.

La Presidencia debe ser convertida en un Museo. El hoy Ministerio de Gobierno y Justicia podría alojar al Conservatorio de Música, a la Fundación Danilo Pérez, a un renovado INAC, a la Oficina del Casco Antiguo y a diversas entidades relacionadas con la Cultura.

Trasladaría la Presidencia al edificio del "Administration Building", por el significado histórico de esa edificación y por aquello de que sus imponentes escaleras desanimarían espontáneas visitas de "manzanillos". Gobierno y Justicia, podría ser reubicado, con un personal mas reducido y de manera temporal, quizás en edificios rehabilitados dentro del área de Amador, hasta tanto se haga realidad la necesidad de la Ciudad Administrativa, centro que recogería a todos los estamentos de la burocracia oficial y los reuniría en un circuito especifico.

Este traslado podría ocurrir sin problemas, de existir la voluntad para resolver un tema que desde hace tiempo esta pendiente: la reorganización y replanteamiento de nuestro sistema administrativo y el descongestionamiento de la ciudad y especialmente de áreas hoy imposibles de transitar como el barrio de San Felipe.

No apelo a tal solución solo por mi conveniencia. Hace tiempo construí una casa a una hora de la ciudad, que no esta en la playa como equivocadamente han indicado algunos. A ella me dirijo cuando puedo, para encontrar un silencio y una calma imposibles de disfrutar en un centro urbano y para deleitarme viendo a un árbol de "Wachapali" que, sembrado cuando era una simple ramita, cada día adquiere mas de la majestad e imponente aspecto que caracteriza a su especie.

Al Alcalde Blandón, felicitaciones por el trabajo que esta haciendo. Espero que reciba el apoyo masivo que su actividad merece, para que continúe una labor que a los citadinos se nos antoja urgente: hacer de la ciudad un mejor lugar donde vivir. La calidad de vida es algo tan vital de atender como la obligación económica. En Panamá algunos se han resignado a la aceptación de una constante condición de escándalo, desorden, suciedad y falta de espíritu cívico. ¿Podremos aún regresar al ejemplo de los días cuando a las 6 p.m. se arriaba el pabellón nacional en la Cinco de Mayo, y la gente y los vehículos deteníamos nuestra marcha, sin apremios, hasta el final de la ceremonia?. Ese respeto, esa solidaridad, nacía de una voluntad común, ejemplo colectivo del espíritu ciudadano. Me rehusó a creerlo perdido y confío en que solo espera ser liberado de nuestra rabia, duda, inseguridad, decepción y pesimismo, con el esfuerzo de todos. Quizás, a pesar de nuestra incredulidad, aún estamos a tiempo de hacerlo. Y quizás antes de morir, pueda hacer realidad la ilusión que en 1992 me devolvió mi origen urbano: poder volver a caminar de noche, a mi antojo y sin líos, los románticos vericuetos de mi querido barrio de San Felipe.

 

Rubén Blades
4 de febrero, 2018

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