Obama en Cuba

Otro evento que muchos consideraron imposible ha ocurrido.

Un presidente norteamericano oficialmente visita la isla de Cuba, (el último en hacerlo hace mas de ochenta años fue Calvin Coolidge, un político tan parco en su hablar y movimientos que cuando anunciaron su fallecimiento algunos preguntaron que cómo se había notado la diferencia).

Y como ocurre en estos casos, se alza un tsunami de comentarios, algunos apoyados por el anonimato cibernético, opiniones oscilando entre la iluminación espiritual y la más profunda oscuridad racional.

Independientemente de si se expresan la razón o el odio, la visita es importante.

Claro que nada va a cambiar inmediatamente. La dictadura comenzó a meter gente presa tan pronto el avión de Obama alzó vuelo y nadie es tan iluso como para creer que la arrogancia y soberbia de imponer un régimen represivo por cinco décadas va a desaparecer por la simple llegada del que hasta ayer era considerado un incorregible apologista del imperialismo yanqui. Tampoco es de esperar que la política exterior gringa aclare sus contradicciones y decida súbitamente aplicar realmente la moral que predica.

Seguro continuaran los apoyos a lo censurable, cuando así lo determinen sus intereses, reales o percibidos, ("national interest"), y la utilización de eufemismos para justificar lo injustificable, ("enhanced interrogation techniques", en vez de tortura).

Una de las transformaciones más obvias en este episodio fue el gradual descenso en la intensidad del usual y estridente discurso de barricada y el uso de eslóganes anti-yanquis por parte del apparatchik.

Imagino la dificultad de reconciliar su habitual discurso de hostilidad constante para adaptarlo a la nueva realidad que plantea la postura conciliatoria de Obama hacia el anciano régimen cubano, que luce aparentemente dispuesto a reconocer lo inevitable de su mortalidad.

Leyendo los numerosos comentarios producidos por este singular viaje, encontré un escrito describiendo a Fidel como el "padre de Cuba" y explicando su actitud represiva por décadas como la de un progenitor que solo procura defender a su progenie de la mala acción de otros, en este caso, la del "Imperio".

De aceptarse esta aseveración, un examen básico sugiere una imagen nada edificante.

Fidel Castro encerró a su hija, Cuba, por más de cincuenta años en un cuarto de su casa, afirmando que él, y solo él, por ser su creador, determinaría unilateralmente cuando le resultaría seguro a ella salir a la vida y experimentar la realidad existencial, fuera de los muros ideológicos por él creados con el solo propósito de garantizarle un futuro. Y aunque algunos pretendan justificar la tiranía de los padres en general, y la de Fidel en particular, argumentando que se producen por un noble deseo de protección, avalado por un amor incondicional, nada puede explicar satisfactoriamente el reprimir la natural necesidad y el derecho del ser humano a expresar su voluntad y decidir su propio destino. Ninguna ideología puede excusar el daño causado por usurpar una vida, menos la de todo un pueblo.

Cuba es quizás el país mejor educado de América y, paradójicamente, el más impedido para ejercitar el propósito primordial del proceso educativo: el uso y aplicación de la razón.

Sin contenido critico o posibilidad de discusión libre de condiciones y dogmas, la educación pasa a ser un proceso de adoctrinamiento, ni más ni menos.

El viaje del presidente Obama tiene por eso un profundo efecto simbólico. Representa entre otras cosas el fin de la perenne invocación del cuco imperialista por parte del gobierno cubano para justificar su represión al futuro de la razón popular. Al aceptar Castro la visita de su más formidable rival ideológico, se debilita ese argumento de la hostilidad imperialista como justificación para evitar que el pueblo cubano defina, por su albedrío, la dirección que desea asumir por el resto de sus días. Creo que ocurrirá, cualquier día de estos.

Cuba puede, continúa y continuará produciendo optimismos, a pesar de los tiempos perdidos y las oportunidades ignoradas. A pesar de las arremetidas de izquierdas y derechas, sigue adelante, resolviendo.

La experiencia de su pueblo informa a la esperanza mundial que aún existe la posibilidad de reparar en parte lo que no hemos hecho, o lo mal hecho, si invertimos en el amor como proyecto de vida. Nos dice que el futuro es algo posible. No solo para Cuba: para todos.

Una vez escribí que el pasado no perdona, y aún lo creo cierto. Pero también expresé que nunca es demasiado tarde para ser feliz. Por eso considero que el viaje de Obama es positivo y que rendirá efectos a corto, mediano y largo plazo. Creo que habrá Cuba para rato, con o sin Obama, o Fidel.

Por esa posibilidad existencial, me quedo con Camus y no con Sartre.

 

Rubén Blades
New York, 21 de marzo 2016

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