Sobre la reunión de los Ricardo Albertos

Muchos comentarios ha generado el breve encuentro entre Lombana y Martinelli, durante otra de las absurdas ceremonias de llamamientos a la cordura que antes de una elección presidencial realizan las autoridades y grupos civiles en nuestra super descalificadora república.
Denomino como absurdas estas convocatorias porque nadie va a poder controlar a las redes sociales, ni a los ¨call centers¨ de la politiquería corrupta. Bajo circunstancias “ normales” , la gente utiliza la excusa del derecho de "libertad de opinión", para insultar, calumniar, desinformar, y no les pasa nada.

Cuando se producen estas convocatorias públicas para exigir decencia, tenga la seguridad el lector, que su único propósito práctico es el de mantener la fachada de que el civismo existe en Panamá. La firma de un pacto electoral “ entre caballeros”, dentro de un esquema corrupto como el nuestro, dudo que produzca resultados, limitándose a un pasajero sentido de que "hicimos algo bueno¨, como cuando le damos un dólar a un mendigante, a la entrada de la iglesia. Esa limosna no le resuelve el problema al desamparado pero ¡ay!, que bien nos hace sentir, aunque solo sea por un rato.

Mucha gente le ha caído encima a Lombana y no es difícil entender el por qué. Su tocayo, Ricardo Alberto Martinelli, es el ejemplo más horrible que podamos tener en Panamá como político o persona y resulta absurdo achacarle a un ser sin escrúpulos el querer lo mejor para nuestro país, especialmente luego de haber sido identificado por sus propios hijos como el instigador y beneficiario de sobornos de Odebrecht.

Para rematar, el propio gobierno de los Estados Unidos, a través de su Secretario de Estado, Antony Blinken, corroboró el hecho, ratificando a Ricardo Martinelli como un corrupto y el Servicio de Inmigración le tiene prohibida la entrada a ese país.

Afirmar que te pareces e identificas con alguien semejante, y a la vez plantearte como enemigo de la corrupción, representa una clara y desconcertante contradicción.

Para tratar de entender por qué Lombana dijo lo que dijo, empecemos por reconocer que en Panamá el 90% de las personas nunca expresan lo que verdaderamente piensan, o sienten, por temor a las consecuencias de la honestidad.

A todos desde niños nos crían aconsejandonos que evitemos enfrentamientos y problemas y que siempre demostremos decencia, especialmente hacia los que son indecentes. La idea de que todos, hasta los corruptos, merecen ser tratados con respeto y consideración, siempre me ha parecido absurda, aunque descanse en el axioma cristiano de "poner la otra mejilla". Ningún ser normal necesita dos garnatadas para comprender que está enfrentando a una persona que nos hará todo el daño que pueda, si le permitimos el hacerlo. Con la primera debe ser suficiente. Esperar a que el corrupto por su propia conciencia algún día reconozca el efecto de su maldad y le pida perdón a sus víctimas no ofrece precedentes, histórica, o histéricamente hablando.

Pero aun así, en Panamá una falsa cortesía es esperada de todos y más en el diario contacto social, incluso si la otra persona es un sinvergüenza. Para Lombana, quizás su lectura fue derivada de la solemnidad del momento y lo llevó a creer que el mostrar decencia en el trato con un corrupto certificaría una superioridad moral y, simultáneamente, una capacidad política de "barrer para adentro" y “tragar” esos sapos que siempre nos dicen vamos a encontrar los políticos durante nuestras carreras. Y es en frases como esa, la necesidad de "tragar sapos", como algunos explican la tolerancia hacia los corruptos que practica la sociedad panameña.

Yo no considero esos silencios como muestra de educación. Son una forma de evadir la realidad y sus consecuencias. Ese “ vivir entre la corrupción y dejar vivir al corrupto” es el lema de una sociedad que rehúsa condenar la irresponsabilidad ajena para así excusar la suya, que comparte la constante incertidumbre existencial de la “cultura de rumbo” (https://www.rubenblades.com/la-esquina/la-cultura-de-rumbo), que depende del beso al anillo o al fundillo del poderoso, o del azar, como únicos y milagrosos recursos disponibles para avanzar y sobrevivir. La "Cultura de Rumbo" define la actitud de una masa que se auto condena a permanecer para siempre encerrada en una eterna ruta circular, que no conduce a ningún destino sino, cual Sísifo, nos sentencia a la eterna repetición de acciones inútiles. 

Lombana no expresó públicamente el desprecio por Martinelli que debe sentir cualquier persona con escrúpulos porque quizás esa ingenua percepción del “vivir y dejar vivir” le aseguró que ganaba más estrechándole la mano a su rival que simplemente evitando su contacto. Lombana pudo haber evadido el encuentro pero no lo hizo y los medios, que viven de la polémica, inmediatamente abanicaron su equivocado cálculo.

La declaración, “mi tocayo y yo queremos el bien para Panamá¨, fue como ponerle una flor a una pila de caca. He leído que algunos creen que su presencia ante el demonio lo hizo sentirse tan nervioso que perdió el control de sus facultades. Para otros, el problema es que sus facultades no existen, o parecen no estar siempre acompañándolo y señalan este ejemplo de inmadurez existencial como prueba de que no está preparado para un rol tan complicado como el de presidente de la república.

No le doy crédito a los ataques a Lombana en las redes porque seguramente el 90% viene de ¨call centers¨ patrocinados por rivales políticos. También creo exagerado el afirmar que por ese saludo su pretensión electoral no merezca apoyo. ¡Por favor!.

La herida no cabe en el cuchillo. Si en Panamá decidiéramos no saludar al que patrocina a la corrupción, este sería un país de mudos. Consideremos que Martinelli tiene más de 200.000 afiliados a su partido y que cada uno de ellos sabe que fue designado como corrupto y no les importa. Ninguno ha renunciado a “Realizando Metas”, ninguno le ha reclamado, ni a sus hijos, por los sobornos aceptados. Cada afiliado al partido de Martinelli tiene familia y amigos; ¿no los saludamos a ellos tampoco, y los condenamos por patrocinar la pretensión electoral de un designado como corrupto? ¿Acaso no es corrupto por asociación el que apoya al corrupto? 

Lo cierto es que en Panamá aceptamos a la corrupción como un modo de vida, natural y por ende, manejable. Forma parte de nuestro diario existir. Guardamos nuestra supuesta decencia para señalar asuntos que consideramos más graves, como el matrimonio igualitario. Contra esa opción que atañe a la vida privada de las personas, se organizan protestas, sermones y marchas multitudinarias. Pero con el tema de la corrupción que afecta a toda la población, nuestro sentido de la virtud y de la decencia es mucho más elástico. Si el político roba pero hay salpiques y beneficia el "que hay pa' mi" de la masa, entonces su corrupción no interesa a una enorme mayoría de la "ciudadanía".

Creo que a Martinelli le importa un pito lo que piensa Lombana de él y posiblemente hasta lo sorprendió el tono amistoso del intercambio. Los beneficiados directamente por el episodio han sido Roux y Martín, porque habrá ahora quienes ya no confían en la voluntad de Lombana para enfrentar con carácter la corrupción que constantemente denuncia, desencanto que podria resultar en el apoyo a otro candidato. En la calle de la opinión popular, resbalones como ese, igual que ocurre con los sobrenombres, tienden a ser recordados por mucho tiempo. Y es que nuestro pueblo, que por fuera presume de muy virtuoso y que parece escandalizarse fácilmente, por dentro tiene latente una raíz que es tan inflexiblemente maleante como la del célebre "Cocaleca", la figura antisocial más popular de los 70's.

Hace años, durante un juego de béisbol entre las novenas de Panamá y Estados Unidos, mientras calentaban los equipos, los altavoces del estadio “ Rod Carew”, difundieron una entrevista sobre un tema de beneficencia pública. Cuando el público oyó la voz del entrevistado, el run-run del estadio súbitamente pausó por unos segundos y la gradería unánimemente emitió su evaluación con el más escandaloso y abucheador¨¡ayyyyyyy!¨ de la historia. Recuerdo que los jugadores gringos salieron del "dugout" asustados, a ver qué había pasado. Ese fue uno de los días en que me sentí más panameño que nunca, por lo representativa y visceral que resultó mi identificación con los aullidos. La gente reaccionó por el tono “ye-ye” de la voz y no por el contenido de las palabras. "Solo el que es de verdad criado aquí entiende estas vainas", pensé entonces, sintiendo vergüenza y a la vez, hilaridad por el episodio. Hoy analizo y aplico esa pasada experiencia al polémico encuentro de los dos "Ricardo Alberto". Lo que molestó a muchos no fue lo que dijo Lombana, fue el cómo y a quién se lo expresó. Su gesto ha sido interpretado por ¨La Gradería" como una genuflexión chiquillesca, fuera de carácter y fuera de lugar.

Y es que aunque moleste admitirlo, en Panamá, sin distinción de clases, comprendemos mejor los asuntos relacionados al malandraje político. La decencia en la política es hoy identificada por muchos como una debilidad peligrosa. Así de corrupta anda la cosa, compañerito pío pío.


Rubén Blades
5 de abril, 2023

 

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